Eric Díazserrano PRODUCE

Lectorías: Memorias del cafetal







Letra de la canción "Estampas de abril y mayo" de Roberto Gutiérrez, conocido como El Talolinga, autor también de la canción La Guaria Morada, reconocida por los costarricenses como propia, al punto de que forma parte de su nacionalidad.


Se oye un canto quejumbroso
por el agua suplicando...
es un yigüirro trinando
bajo un higuerón frondoso.

Mi alma se llena de gozo
ese cantar escuchando
y el trueno se oye anunciando
ese cantar venturoso;
sobre el surco sudoroso
que sediento está esperando

Ya se ven los campesinos
recogiendo sus aperos,
Cuando escuchan esos trinos
presienten los aguaceros.

Va cayendo el aguacero,
como si fuera cantando;
y en el yurro los renuevos
ya se van desperezando.

Surca un relámpago el cielo
y el yigüirro va callando...

Memorias del cafetal.

No solía levantarme cuando escuchaba su canto... era demasiado temprano, pero la plácida sensación que aún hoy día siento es la misma de aquellos hermosos momentos. Sabía que eran pocas horas de sueño las que aún me quedaban, mas, aunque mi cuerpo se resistía a entregarse al sueño de la madrugada, había en mi un placer por disfrutar del canto y los acordes de las bien afinadas notas del Yigüirro.

Por aquellos tiempos mamá se levantaba primero y daba inicio a sus labores en la cocina. Luego de encender con leña la cocina de hierro preparaba y luego chorreaba el café. El aroma invadía la casa y papá venia en directo por su tinta, el primer café de la chorreada.

Luego, con esmero preparaba el cuchillo que utilizaría más tarde para trabajar y antes de las seis se iba a arreglar la sombra, es decir, a desrramar las partes secas de aquellos árboles que conforman, junto con otras plantas altas, la hacienda de café.
Es esta una labor que caracteriza a los cafetales en el mes de marzo y que se repite en setiembre.
Eran los tiempos en que me quedaba en la cocina saboreando las tortillas recién acabaditas, humeantes, a las que llamábamos "píos" que me sabían deliciosas, en ellas había aliño de amor materno.

Ya en abril, las labores estaban condicionadas en la preparación de la entrada del invierno. Se suele en este mes limpiar las curvas a nivel por donde correrá el agua de la lluvia en los meses venideros.
Así también tomar muestras del suelo para ser analizadas por los laboratorios especializados para que el agrónomo defina el abono conveniente que ha de aplicarse una vez llegadas las lluvias.
Estos abriles son de las frías y ventosas madrugadas donde cientos de yigüirros cantan alegres. Recuerdo que, de niña, me quedaba queditita entre las matas de café para verlos volar bajito entre las bandolas del cafeto. Tardes soleadas y calurosas con el canto coral de los yigüirros, aves de las que el pueblo suele decir "los yigüirros están pidiendo agua".

Los días transcurrían lentos, sonrientes, tranquilos... era como si el verde que dan las hojas del cafetal cuando el sol se oculta, se fuera a quedar para siempre...y así llegó el invierno, primero con sus venteadas amenazas grises en las tardes y luego con sus gotas que al unirse con la tierra abrían aquellas terminales olfatorias dormidas de tanto verano y que me sumían en un tranquilo placer.
"Se oye un canto quejumbroso
por el agua suplicando...
es un yigüirro trinando
bajo un higuerón frondoso.

Mi alma se llena de gozo
ese trinar escuchando
y en el surco los renuevos
ya se van desperezando...
Cruza un relámpago el cielo
y el yigüirro va callando...

Y con la llegada de mayo el movimiento en el cafetal cambiaba mucho. Empezaba la resiembra de almácigo que debía ser fuerte y matoncito; como nos decía mamá a mi hermano y a mi, porque las matitas habían de estar extrañadas en su nueva casa. ayudábamos en esta labor agregando con mucho cariño poquitos de abono a cada matita.

Con el aroma de los azahares era el disfrute del cafeto florido con el cafetal a solas, pues no se acostumbra entrar en este periodo a la finca, cada azahar es un grano de café, un grano de oro.

Por estos tiempos ya las madrugadas no eran iguales, los yigüirros no pedían agua, afinaba mi oído mas el canto quejumbroso del yigüirro se escuchaba poco y me entristecía la soledad del aire, pero al llegar los primeros claros del sol, mi corazón brincaba de alegría al ver a mi hermano bajando del árbol de pitangas las primeras frutas ruborizadas y henchidas de invierno.

A menudo se llega a junio acabando las labores de mayo, pero jamás se dejó el atomizo para después del día 15 y dependiendo siempre del clima se repetía en los meses de julio y setiembre.

En julio se deshija, se aplica la segunda abonada, se vuelve a quemar la mala hierba. Aún hoy suelo transitar por calles aledañas a cafetales y el olor a hierbicida trae a mi mente las imágenes de mis seres queridos forrados en capa, guantes, sombrero, mascarilla y botas de hule, caminando lentos y pesados con una cruz celeste en su espalda pero siempre con un guiño en su ojo o con un gesto gracioso para mí.

Aunque para el mes de agosto se continúa la deshija las mañanas suelen variar, algunas llenas de sol, otras oscuras y gruñonas. Recuerdo me agradaba buscar los nidos de yigüirros y observar, en la distancia, los huevitos que apuntaban hacia los nuevos críos, los nuevos trinos que el otro año habrían de entonar en nuevos coros.

Para esta época del año en casa había refresco de todo, abundaba el limón, cas, pitangas, zacate de limón, menta, mozote, naranja dulce, naranja agria, grape fruit; y para otros menesteres el guineo, plátano, banano criollo, guinea, níspero, anona y aguacate.

Mi perro y yo jugábamos en el cafetal entre orégano, ruda, tomillo, incienso, menta y canela, sahumerio perfecto para delatar mi ausencia de la troja, y algunas veces una llamada de atención porque en mis pequeñas botas de hule se premiaban con uno o varios aportes biológicos de los gansos, pericos, patos, gallinas, gallos, cabras, perros o gatos que también formaban parte de mi comarca.

Como en setiembre se realizaba el tercer atomizo y el segundo arreglo de sombra, papá acostumbraba revisar todo el cafetal para observar lo que había que reforzar, por ejemplo, el arreglo de cercas o la limpia de canales. Ya en octubre se realizaba la última deshierba con el objetivo que los cogedores no tuvieran obstáculo para juntar café, se volvía a deshijar y se aplicaba la tercera abonada. También en este mes iniciaba la granea que era realizada por mi grupo familiar y eso era una gran ilusión para mí porque significaba un viaje al mercado a comprar los canastos, un tostel con tamarindo, ropa de domingo, viajar en bus y bueno, ver a las chicas de la ciudad con sus trenzas de pelo bien apretadas.

Para noviembre las fiesta del cafetal daba inicio con las cogidas del cafeto maduro y así nos enrumbábamos a un diciembre lleno de villancicos, posadas y regalos envueltos con papel un tanto grueso y algo tieso con dibujos de flores de pastoras o regordetes santaclaus que llamábamos colachos.

Muchas personas llegaban a la faena llenos de ilusión porque tras de ella, el beneficio económico para una "feliz navidad". En la finca se otorgaban con boletos diarios que al fin de la semana representaba el cobro con que mi papá pagaba dinero en efectivo.

Los cogedores entregan su canasto lleno de granos de café maduro y el boletero entonces lanza el boleto correspondiente al canasto vacío con lo que el tintineo es variado aportando sus notas siempre distintas, dependiendo de la fuerza del golpe y del valor y tamaño del boleto de aluminio.

Los boletos llamados cuartillos eran como una dádiva para entregar a los niños, y entonces nos regocijábamos mi hermano y yo porque el sábado los cambiaríamos por dinero para luego ir a la pulpería a comprar nuestros helados y confituras, ya de mora, melcochas, y recibir los premios de promoción con gofio o aquellas otras cosas que tanto gustan a los niños.

En el año nuevo, aún en enero la cogida continuaba y ahora la meta consistía en el beneficio económico para la compra de los uniformes a los estudiantes que pronto asistirán a clases y, antes de eso, un paseo al puerto de Puntarenas, o bien, al balnerario de Ojo de Agua. Con el fin de las cogidas venían, aún hoy, los clásicos Rezos del Niño, igual o similar al que nos narra Hannia Hoffmann en su libro dedicado a su abuelita "Lydia Lacroix, mientras pasa la lluvia".

Es en febrero cuando el cafetal vuelve a estar solitario. Es tiempo de realizar la poda, palea, raspa y la junta de café seco. También incluye la posibilidad de encontrar boletos perdido por algún alocado mientras que regamos la cal.

Es otra vez marzo, como siempre, mamá se levantó temprano, muy temprano. Como todas las madrugadas inició sus labores en la cocina, encendió con leña la cocina de hierro y preparó la chorrea del café. El aroma invadíó la casa y papá vino por su tinta, el primer café de la chorreada.

Luego se fué a la finca para arreglar la sombra e iniciar otro ciclo de respeto al verano. Yo me quedé en casa ante la merma del trabajo y esperé de nuevo la dulce interpretación de las notas en el pentagrama del excelente cantor, mi yigüirro.

En 1940, en el Colegio Superior de Señoritas, hubo un concurso para canciones que se relacionaran con el producto. Rubén Iglesias y Julio Mata fueron los ganadores quienes presentaron la canción La flor del café. Aquí un detalle de la primera estrofa.

Lindos azahares, flores de nieve,
de suave aroma primaveral.
Copos de espuma, manto de armiño,
que en grano de oro se trocarán
cuando la tierra les dé su sangre
en rojos frutos se volverán...
cambiando el manto de viva grana
toda la nieve del cafetal...

Saludo cordial. Eric Díazserrano


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